Decir a estas alturas que el séptimo arte tiene una gran deuda con la literatura produce cierto sonrojo. Ahora bien, no todas las corrientes y estilos literarios han participado en el engrandecimiento del cine de la misma manera. La literatura gótica, junto a la de aventuras y la ciencia ficción, quizás sea la corriente literaria que más repercusión haya tenido en la historia del cine desde sus inicios hasta nuestros días, al menos como generador de iconos universales.
El gótico literario tiene su punto de arranque en la Inglaterra de finales del XVIII, como reacción a una concepción filosófica y estética racionalista que provenía de la Ilustración. A lo largo de todo el siglo XIX la literatura gótica desarrollará una ingente variedad de tramas y estilos narrativos: desde el cuento sobrenatural, a la novela de fantasmas, pasando por los relatos de detectives o los dramas por entregas. Sin embargo, el término “gótico” aplicado al cine va a ser utilizado generalmente para referirnos al género de terror, aunque dicha estética vaya a estar también presente en otros géneros, como el cine negro o la ciencia ficción. Y de igual manera que el cine gótico no se puede circunscribir únicamente al cine de miedo, no todo el cine de terror que hoy conocemos podemos considerarlo gótico: el gore, que nace de las películas de serie B de finales de los 60 y 70, o el más reciente nuevo terror adolescente —donde jovencitos adinerados sufren las manías persecutorias de un psicópata— tienen poco ya que ver con el terror clásico que inspiraron los Bram Stoker, Walpole o Lovecraft.
Pero realmente, ¿cuáles son las características del terror gótico? En primer lugar, y como punto de partida, hay que decir que en la propia naturaleza del género reside una continua exaltación de lo “subjetivo”, frente al naturalismo de algunas escuelas (documentalistas y neorrealistas principalmente) que buscan representar una realidad más o menos “objetiva”. Lo fundamental en el terror gótico es transmitir la visión de un mundo misterioso e inquietante, donde el hombre está indefenso a expensas de fuerzas superiores a su voluntad. La decadencia de una sociedad decrépita, las imágenes de locura y muerte, los fantasmas ancestrales y las escenas oníricas serán las principales señas de identidad de este cine, fiel a la tradición literaria del gótico de finales del siglo XVIII y del XIX. Pero el cine gótico se caracterizará sobre todo por una exageración dramática sublime, tanto en las formas como en el fondo, creando un marco sobrenatural inigualable para que personajes siniestros provoquen el escalofrío y el horror a sus anchas en el espectador.
Para encontrar los orígenes del cine de terror gótico debemos remontarnos al cine mudo. En esta etapa inicial los géneros más sobresalientes fueron el épico (superproducciones que recreaban hechos históricos, como Cabiria, El nacimiento de una nación u Octubre, entre muchas otras), el cine cómico (Mark Sennet, Chaplin, Harold Lloyd o Buster Keaton) y finalmente, el cine de terror, amén de otro cine destinado al gran público y más cercano al melodrama. Las primeras fuentes de inspiración de los cineastas vinieron de la mano de la literatura y, muy en especial, de la novela.
¿Por qué llegan con mayor fuerza a la gran pantalla los relatos de la literatura gótica que las historias de las novelas de corrientes realistas y naturalistas del siglo XIX? Evidentemente, el potencial estético del joven arte para crear imágenes sugestivas no podía pasar desapercibido para los productores de la época. Tras la rica experiencia del teatro romántico y el emergente teatro expresionista, la industria del cine aprovechará su capacidad referencial para ilustrar lo que hasta ahora sólo se había podido leer o ver sobre un escenario, y será en la estética expresionista donde las historias de terror encontrarán un perfecto acomodo.
Al igual que en pintura y teatro, el expresionismo cinematográfico nace en Alemania como un movimiento de vanguardia cuya motivación principal es la de provocar, removiendo la conciencia del espectador, creando imágenes angustiosas. Para ello, se dotará de una plástica escenográfica propia —con decorados donde abundan las paredes inclinadas y las formas angulosas, utilizando la luz y la sombra para crear ambientes sugestivos— que llegará en buena parte hasta nuestros días como convenciones del género de terror, si bien sin las extravagancias de los primeros momentos. Este nuevo arte expresionista, tan exagerado en sus formas como cuidado en sus argumentos, encontrará en la literatura de terror del XVIII y XIX un perfecto filón que explotar. A diferencia de las producciones épicas o cómicas, que en gran número partirán de guiones originales, el terror beberá directamente del riquísimo legado literario gótico y lo hará mediante adaptaciones bastante fieles al original.
Con el paso del tiempo, estas películas pasarán a formar parte de la historia de la cultura iconográfica universal. Los paisajes inhóspitos, los castillos abandonados, la sobreactuación de los actores heredada del teatro romántico (recuerden la interpretación histriónica del Conde Drácula de Bela Lugosi), los ambientes de pesadilla y los universos paralelos serán la fuente de inspiración para las primeras obras producidas por la Universal y para los expresionistas Fritz Lang, Robert Wienne o Murnau. Por el contrario, en esta primera etapa muda la influencia de la literatura “realista”, donde la fuerza del diálogo es fundamental, no alcanzará su máximo esplendor hasta la llegada del cine sonoro a finales de la tercera década del siglo XX. Resulta curioso que en Inglaterra, con la rica tradición de novela y melodrama teatral góticos, sus cineastas no prestaran excesiva atención a tales obras hasta la aparición de la productora Hammer a mediados de la década de los 50, dando comienzo un renacer del género con la incorporación del color. Por primera vez se veía en pantalla el rojo intenso de la hemoglobina. Millones de espectadores se horrorizaron al ver chorrear la sangre por los colmillos del incombustible Christopher Lee.
Para el mundo del cine, uno de los aspectos más atractivos de la literatura gótica siempre ha sido la descripción de atmósferas asfixiantes, donde los paisajes sobrecogedores y las noches de luna sugieren imágenes escalofriantes. Pero amén de castillos abandonados, callejones oscuros y sótanos infectos, donde el terror filmado encontrará la horma de su zapato será en el monstruo. En buena parte de los casos serán criaturas semihumanas o con alguna extraña mezcla de animal esotérico (lobos, murciélagos, reptiles, insectos, etc). Otras veces en cambio, serán hombres que pierden sus facultades humanas por algún motivo (Frankenstein, el Dr. Jeckyll), locos asesinos (Jack, el destripador) o depravados (El enterrador de cuerpos). Pero de todos los monstruos, el más representado en la historia del cine será el vampiro, con su noble encarnación en el Conde Drácula.
Todos estos monstruos han sido representados una y otra vez hasta convertirse en verdaderos mitos del siglo XX, gracias al ingenio de los R.L. Stevenson, Mary Shelley o Pollidori. El cine por sí mismo nunca hubiera sido capaz de crear tan magnéticas y fantásticas criaturas.
La segunda gran aportación de la narración gótica, tanto o más importante que la anterior, será la concepción del espacio. Sólo hay que recordar las riquísimas y prolijas descripciones de H.P Lovecraft o Edgar Allan Poe, donde los ambientes juegan un papel tan importante como los personajes: cementerios, bosques, castillos, pasadizos, criptas, casas abandonadas, posadas en medio del camino... Todo ello recrea los miedos ancestrales del hombre, el miedo a la oscuridad, a la soledad en espacios peligrosos, el miedo a lo desconocido y, finalmente o el miedo a la muerte.
Y buena parte de culpa la tendrán los elementos expresionistas, anteriormente citados, que pervivirán en este cine de terror más allá de sus comienzos experimentales. Así, casi noventa años después de “El gabinete del Dr. Caligari”, “M, el vampiro de Dusseldorf”, “Nosferatu” o “El testamento del Dr. Mabuse”, siguen inquietándonos recursos tan sencillos como efectivos, mil y una vez vistos, como una puerta entreabierta en lo alto de una escalera.
El terror gótico, a diferencia de otras producciones de terror tiene preferentemente una ubicación temporal en épocas remotas, especialmente en la Inglaterra victoriana. Allí se desarrolla uno de los relatos más espeluznantes llevados a la gran pantalla: “El extraño caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde”. En esta ocasión, a diferencia de Drácula o Frankenstein, el monstruo habita en un ser humano que le impulsa indefectiblemente a matar. El mal está en nosotros.
El terror desgarrado de los suburbios del Londres del XIX y de viejos castillos convive también con un terror de estirpe romántica y humanista encarnado por Frankenstein. Al igual que en el caso de Drácula existen diferentes versiones de esta obra: primero, un Frankenstein siniestro y asesino hasta la versión más edulcorada rodada hace unos años por Kenneth Brannagh. Lo mismo ocurre con Drácula, que comenzó con una interpretación barroca y elegante, encarnada por Bela Lugosi, pasó por el satánico y embaucador Drácula de Christopher Lee hasta llegar de nuevo a la romántica y sensual versión del maestro Coppola.
Todos ellos tienen una cualidad en común: la decadencia propia del romanticismo, el horror como algo sublime, la erótica de la sangre y el escalofrío, la sensual belleza de lo prohibido. Por el contrario, la mayor parte del cine de terror de nuestros días parece orientarse más hacia lo sensitivo, al gusto por el susto fácil, al tedioso juego de descubrir al asesino o, directamente, a provocar la náusea gracias a jugosas escenas de vísceras y demás truculencias. Tras la intensísima producción de la Hammer en los años 50 y 60, no han sido muchos los que han continuado cultivando este género, salvo honrosas excepciones. El barroquismo de algunas películas de Tim Burton —“Eduardo Manostijeras”, “Sleepy Hollow”— sin entrar en el campo del terror propiamente dicho, apuntan a este director como uno de los herederos más directos de los Jacques Tourneur y compañía. De todas formas, no cabe descartar un nuevo resurgir de este cine si tenemos en cuenta cierta corriente revival que se viene instalando lentamente en los grandes estudios desde la década pasada. Dependerá, en buena parte, de la producción literaria.
Luis F.Trocóniz
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